El miedo a la muerte está siempre y nos obsesiona a lo largo de la vida. Te contamos algunas ideas para abordar el tema con los más pequeños de la casa.

Según la corriente existencialista, es una de las cuatro preocupaciones básicas del ser humano: “se derrama por sobre nuestras fantasías y nuestros sueños” Uno de los conflictos existenciales básicos es la tensión que se crea entre la conciencia de la inevitabilidad de la muerte y el deseo de continuar siendo. En “Psicoterapia existencial” Irvin Yalom explica que la tensión entre lo normal y lo patológico es cuantitativa, no cualitativa. Es decir, a todos nos preocupa y es muy difícil definir y describir la normalidad, pero lo que varía es la intensidad de la preocupación y cuánto afecta esa preocupación el desarrollo de nuestra vida cotidiana. Lo que es cierto, es que ignorar su presencia transmite el mensaje de que es demasiado terrible como para hablar de ella y probablemente no sea saludable para nosotros ni para nuestros hijos.

Muchas veces a los chicos se les oculta la muerte de un familiar o se evita hablarles de ello. Pero lamentablemente es parte de la vida y es indispensable ser sinceros con ellos también en lo relativo a la muerte. Por ese motivo tantos profesionales aconsejan que los niños tengan mascotas, y que vean a través de ellas el ciclo natural de la vida. Se considera que para los chicos, mucho más grave que enfrentar la muerte, es sentirse solos frente a la misma. Dejarlos solos sin hablar del tema, es dejarlos desamparados. En cambio explicarles que por más triste que sea es parte de la existencia, es brindarles apoyo y contención.
En su libro, “Mirar al sol”, Yalom habla de las etapas de la vida donde esta tensión está más presente. “Mi experiencia personal y mi labor clínica me han enseñado que la ansiedad referida al morir, crece y decrece a lo largo de la vida. Los niños pequeños no pueden dejar de notar los atisbos de mortalidad que los rodean: hojas, insectos y mascotas muertos, abuelos que desaparecen, padres de duelo, interminables superficies cubiertas de lápidas en los cementerios. Quizás los niños se limiten a observar, cavilar y siguiendo el ejemplo de sus padres, callar. Si expresan abiertamente su ansiedad, se hará patente la incomodidad de los padres, que por supuesto, se apresurarán a ofrecer consuelo. A veces, los adultos tratan de encontrar palabras tranquilizadoras, o de transferir todo el asunto a un futuro lejano, o de aplacar la ansiedad de los niños con historias que niegan la muerte al hablar de resurrección, vida eterna, cielo y reunión.
Lo habitual es que el temor a la muerte quede oculto entre los seis años aproximadamente y la pubertad, coincidiendo con la etapa que Freud llamó sexualidad latente. Luego, durante la adolescencia, la ansiedad ante la muerte estalla con toda su fuerza. Con frecuencia, los adolescentes se preocupan por la muerte; unos pocos piensan en suicidarse. En la actualidad muchos adolescentes responden a esa ansiedad convirtiéndose en amos y dispensadores de la muerte en la vida paralela de juegos de computadora violentos. Otros desafían con humor negro y canciones que toman a la ligera, o mirando películas de terror con sus amigos”.
En otro pasaje de su libro sostiene que “No es fácil vivir cada momento con total conciencia de que moriremos. Es como tratar de mirar al sol de frente: solo se puede soportar por un rato. Como no podemos vivir paralizados por el miedo , generamos métodos para suavizar el terror que nos produce la muerte. Nos proyectamos al futuro a través de nuestros hijos, nos volvemos ricos, famosos, crecemos cada vez más, … otros buscan trascender la dolorosa separación que es la muerte fundiéndose con algo: un ser querido, una causa, una comunidad, un Ser Supremo”.

Yalom recomienda hablar de la muerte directamente y realistamente. El, como terapeuta, pregunta directamente a los pacientes cuál es la relación que tienen con la temática, con quien lo hablan, cuándo se dieron cuenta de la existencia de la muerte. Si extrapolamos esta experiencia a la crianza, podemos sugerir que sin sacar el tema “de la nada” y “porque sí”, debemos afrontarlo cuando aparece.

Casi todos los niños se toparán con un acontecimiento más o menos cercano, ya sea el fallecimiento de un familiar, vecino, compañero de escuela, etc. Y también tendrán vínculo con la muerte más tarde o más temprano a través de películas y otros contenidos de entretenimiento. Nuestro vínculo con la muerte determinará cómo les respondamos, cuánto podemos enfrentar el tema, cuánto nos escapamos. Lo cierto es que debemos revisar nuestra postura y nuestros propios miedos, para hablar con los chicos en la medida de su madurez, pero siempre con sinceridad. Ocultar una muerte no es un buen recurso para ningún miembro de la familia. Y además, es una excelente oportunidad para recordarnos como familia, lo importante que es disfrutar esos momentos en que estamos juntos.

Lic. Raquel Oberlander

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