Aunque nos parezca que fue ayer que fuimos niños, pasan unos cuántos años entre que abandonamos nuestra infancia y nos convertimos en padres.

Eso hace que se torne muy difícil ver la vida a través de los ojos de nuestros hijos. Sin embargo, es un ejercicio que debemos realizar si queremos entenderlos. A veces un chico se lastima y le decimos que no es nada; o se le pierde un juguete o se pelea con un amigo o recibe una mala nota en el colegio. Para ellos es su mundo y relativizarlo no muestra empatía de nuestra parte. Debemos ubicarnos en su lugar para comprenderlos, ser más pacientes y actuar en consecuencia. Según Buber, los terapeutas tienen una “presencia distanciada”: puede estar en dos sitios al mismo tiempo: “Tiene la capacidad para estar donde está y donde está el paciente; en cambio, el paciente, sólo puede estar donde él está” (1).

Los padres, deberíamos también adquirir esa habilidad. Los niños tienen que desarrollar la capacidad de ponerse en lugar del otro, pero cuando son pequeños, les cuesta mucho hacerlo. Les cuesta por ejemplo aceptar que la mamá o el papá están enfermos un día y no están disponibles para lo que ellos requieren. Pero los padres tenemos que lograr hacer el ejercicio de entender qué pasa por sus cabezas, antes de rezongarlos o criticarlos. Nosotros creemos que los conocemos, pero el registro que ellos realizan de las mismas situaciones son absolutamente diferentes a las nuestras.

En una oportunidad una amiga me relató que su hija mayor, que es muy madura y brillante alumna, le dijo a su adscripta en una confidencia, que como ella siempre se saca buenas notas, sus padres nunca la felicitan, en cambio a su hermana pequeña, que tiene más dificultades, la aplauden ante una nota mediocre. Los padres sentían que como la mayor es brillante, no necesitaba esos halagos, sin embargo ella se sentía disminuida al no recibirlos. Es importante a veces intentar abstraernos, alejarnos de la primera mirada, y tratar de captar qué otra interpretación pueden estar teniendo los hijos de una situación para poder comprenderlos más y guiarlos mejor. Recordemos siempre que lo que importa no es cómo son las cosas, sino cómo los chicos las registran.

Por otra parte, la empatía es la base para captar en qué momento, con qué palabras, con qué actitudes doy ánimos, esperanza y coraje. Por ello en este punto quisiera compartir el concepto de Paradas Estratégicas.
En una de mis muchas incursiones a alguna librería, hace unos años me topé con un libro del psiquiatra brasilero (de origen japonés) Icami Tiba, titulado Quien Ama Educa (2).

En ese momento pensé que era de esos libros que todo padre o madre debería leer en algún momento de su vida. Y cuanto antes, mejor. Porque Tiba expone allí, de manera simple y a la vez profunda todos los temas y preocupaciones a las que nos enfrentamos los padres durante la crianza de nuestros hijos. Desde aspectos cotidianos como la televisión y los videojuegos, hasta conceptos fundamentales como los valores humanos y la convivencia social. Un tiempo después, justo cuando mis hijos estaban por entrar en la adolescencia, el autor escribió Adolescentes: Quien Ama educa; una especie de continuación del primero, pero pensado para padres de chicos de 8-10 años en adelante. Uno de los conceptos brillantes que encontré allí y que quiero compartir, es el de las paradas estratégicas.

El psiquiatra y asesor de familias sostiene que en esta etapa en que los “salí”, “dejame” y “yo puedo manejarme solo” son moneda corriente “el momento sagrado de atención eficiente de los hijos es cuando éstos hacen sus paradas estratégicas y no cuando los padres tienen tiempo disponible”. Señala que los padres no deben estar todo el tiempo encima de sus hijos, sino esperar el momento en que su ayuda sea requerida. Explica que al igual que en las carreras de Fórmula 1, cuando en determinado momento el piloto para y necesita que todo el equipo de mecánicos pueda brindarle rápidamente lo que necesita para seguir en carrera, los hijos en algún momento piden algo al padre o a la madre para salir corriendo a jugar, ir a una fiesta o salir con amigos. Es cuando hay que diferenciar entre lo que el hijo es capaz de hacer solo y pide por comodidad y aquello en lo que verdaderamente precisa ayuda, y recordar que el sólo hecho de que pidan algo, no implica que haya que dárselo. En ese momento recomienda: “deténgase, mire a su hijo a los ojos, escúchelo, piense en lo que será mejor para su formación y respóndale”. ¿Acaso no se refiere a la empatía? ¿A captar ese momento exacto en que debemos estar disponibles?

Se trata entonces de recordar que a veces en lugar de discursos eternos -a los que las madres somos tan adictas- vale más una palabra adecuada en el momento justo. Porque como indica Tiba, esos momentos bien utilizados, pueden ser la mejor inversión educativa. Empatizar, es descubrir cuándo ese ese momento.
Lic. Raquel Oberlander

Citas:
(1) Citado durante el curso de Logoterapia y Análisis Existencial en CELAE, año 2015.
(2) Tiba, Icami. Adolescentes: Quien ama educa. Santillana Ediciones Generales, México D.F., 2009.

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