Los chicos son tremendamente posesivos y no soportan compartir el amor de sus padres con nadie ni con nada.

Nada de confidencias

La complicidad excluyente se les hace insoportable. Incluso controlando maravillosamente los esfínteres pueden hacerse pis delante de la amiga de mamá. Otra pésima y no menos inoportuna costumbre que tienen es la de pegar la oreja cuando los mayores hablan de temas inconvenientes para los pequeños. Bastará prohibirles cualquier interrupción para que se escondan detrás de un sillón y, en el momento justo, aparezcan diciendo: “¿Qué, que?”, “¿Qué le hizo él?”. Lo único que funciona es invitarlos a participar de la reunión y ponerse por un rato a conversar del precio de tomate o del color de pelo que está de moda. Si no se claudica antes, las mamis de puro aburrimiento, se van, y las dejan en paz.

Todos los niños adoran ver a sus padres unidos por el amor, lo cual no garantiza en absoluto la ausencia de sentimientos contradictorios. Es decir: les encanta verlos unidos, pero siente celos de esa unión. Por ejemplo, ante una pelea pueden insistir en que papá y mamá se besen y se reconcilien. Pero, cuando se funden espontáneamente en un abrazo cariñoso delante de ellos, luchan por meterse en el medio mendigando un poco de cariño como si fueran huérfanos.

La intimidad de la pareja: esa olvidada

A pesar de saber que casi todos los chicos son así, cuando los papis tratan de disfrutar de la intimidad a puertas cerradas de su dormitorio, la cosa se pone difícil. A veces hay que desplegar estrategias como que el más chico se duerma al unísono, comprarle un CD nuevo a la otra, amenazarla con un castigo para que no se atreva a golpear la puerta o sobornarla con la promesa de un nuevo par de patines, por ejemplo para que los deje en paz. Pero nada garantiza el éxito. Casi siempre, en el momento menos oportuno, se puede oír una vocecita que dice “Mami, me duele mucho la panza”, o ruidos estrepitosos o alarmantes (¿cómo no levantarse para verificar que estén sanos y salvos?). Aún el hijo mayorcito más de una vez puede haber golpeado la puerta para preguntar: “Perdón, mamá, ¿dónde están mis zapatillas?”

Por suerte, aparte de este tipo de inconveniente, la manera que tienen los chicos de manifestar los celos hacia mamá, papá o ambos es casi siempre tan explícita e inocente que se soporta con dignidad y hasta humor. A veces se asoma una carcajada cuando se oyen preguntas de este tipo “¿Por qué papá me regaló una muñeca para mi cumpleaños y no un collar como a ti?” o “¿Por qué ustedes duermen juntos y yo tengo que dormir sola?”, “¿Otra vez van a salir? ¡Siempre nos dejan!”

Aunque hay frases que no dan tanta risa, hay que aprender a comportarse con la misma serenidad. La experiencia en esta materia dice, que lo único que más o menos funciona es darles a los niños lo que en el fondo están pidiendo: cariño. Pero, eso sí, sin rendirse ante el chantaje. Para volver al mismo ejemplo: la nena más chiquita, cansada de golpear inútilmente la puerta del dormitorio de papá y mamá, y opta por emprender la retirada. Luego podrán dedicarse a reconfortarla cuando sea momento y hora.

La foto fue tomada de: www.morguefile.com

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