No se trata de una presentación exhaustiva de mi persona ni de exponerles aquí mi curriculum vitae. Se trata de la pregunta que me hago con frecuencia cuando me encuentro ante niños o adultos que presentan conductas -a mi modo de ver- inadecuadas.

Seguro alguna vez te pasó. Amigos de tus hijos que vienen a jugar a tu casa y desordenan sin motivo. O destruyen un juguete con maldad. O tiran la comida por los aires. O se exponen a riesgos innecesarios cruzando la calle sin darte la mano, saltando en el auto mientras tú manejás o sacando la cabeza a través de la ventanilla.  

A veces puede tratarse de comportamientos aparentemente más triviales. Como hablar mal de otro niño, hacer trampa en un juego, o no compartir la merienda.  Y entonces me pregunto: ¿quién soy yo para educarlos si no son mis hijos? ¿Debería intentar corregirlos, explicarles, rezongarlos? ¿O simplemente rezar para que el tiempo pase lo más pronto posible y entregarlos a sus padres envueltos con un moño apenas los vengan a buscar?

Interrogantes similares burbujean en mi cerebro cuando me encuentro ante adultos que se “cuelan” en la fila del supermercado o te cuentan que hacen mal su trabajo porque están enojados con sus jefes o que hicieron alguna típica “avivada uruguaya”. ¿Quién soy yo para dar clases de moralidad?  ¿Quién soy yo para enseñarles a vivir su vida? ¿Quién soy yo para tener la certeza de que mi postura es la correcta?

No es fácil encontrar respuestas. Pero por otro lado, respecto a algunos temas, no existe la opcionalidad. Algo está bien o está mal.

Y cada situación que se nos presenta en la vida es una oportunidad para crecer como personas y para inspirar o  influir positivamente en los demás. Por eso ahora en vez de encontrar respuestas decidí cambiar la pregunta. En lugar de ¿quién soy yo?, ¿Qué puedo hacer yo?

Publicado originalmente como editorial de la Revista Ser Familia en Noviembre de 2014

Imagen: Freedigitalphotos.net

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