Estamos más acostumbrados de lo que quisiéramos a ver o escuchar noticias sobre robos, rapiñas, asaltos o violaciones.
Estamos más acostumbrados de lo que quisiéramos a ver o escuchar noticias sobre robos, rapiñas, asaltos o violaciones. Y generalmente luego del impacto inicial el tema suele quedar en el olvido para quienes son ajenos al caso. Pero para quien es víctima, la historia continúa. Lleva días, semanas, meses o incluso años recuperarse de un trauma. En el caso de los adolescentes que sufren este tipo de situaciones las consecuencias pueden generar efectos aún más graves que en los adultos.
En general las disciplinas que estudian la violencia se centran más en quienes la ejercen que en quienes la padecen. Solo la psiquiatría y la psicología se ocupa también de la víctima. Desde esa perspectiva es que pretendo abordar la temática con este artículo, analizando qué consecuencias o implicancias tiene el haber sufrido un atentado contra la propiedad privada o el propio cuerpo y que en algunos casos incluso puede haber puesto la vida en peligro.
¿Cuáles son las consecuencias para las víctimas?
La reacción inmediata puede incluir shock, confusión, miedo generalizado, ansiedad, depresión, síntomas somáticos y fisiológicos, vergüenza, miedo a morir, etc. En el caso de los niños y adolescentes puede afectar su futuro desarrollo emocional y los logros académicos. Los delitos no solo afectan a las víctimas directas sino también a familiares, vecinos, amigos y a la sociedad en general.
La amenaza percibida del delito y el miedo a ser una posible víctima son suficientes para perturbar el bienestar psicológico y la calidad de vida de los sujetos. A veces no tiene que pasar en forma directa, sino que puede alcanzar con un relato cercano o ver qué le sucedió a otra persona. Esto depende del grado de vulnerabilidad que tenga cada uno.
Las repercusiones que el delito tiene para sus víctimas son similares a las observadas en otras experiencias traumáticas o acontecimientos estresantes de la vida, con la diferencia de haber sido producto de la conducta intencionada de otra persona, a diferencia de lo que puede ser una enfermedad o una catástrofe natural, por ejemplo.
Sin duda el uso de violencia y de armas puede exacerbar el trauma por un robo. Cuando la asistencia en forma inmediata al hecho es eficiente y hay un adecuado soporte familiar y social, los daños y los efectos negativos del trauma tienden a resolverse más rápidamente. A su vez, la reiteración de acontecimientos de esta naturaleza agrava considerablemente las manifestaciones psíquicas.
Desórdenes por estrés post traumático:
Más allá de las reacciones generales antes descriptas, las víctimas de delitos pueden desarrollar este trastorno. Experimentan niveles más altos de miedo, vulnerabilidad, ansiedad, pensamientos desagradables, perturbaciones fisiológicas, pérdida de confianza, dificultades para dormir, necesidad de apoyo, embotamiento general, recuerdos angustiosos y sueños reiterados sobre el episodio, irritabilidad, incapacidad para recordar algún aspecto puntual del suceso traumático, desconfianza hacia el entorno, depresión. Un síntoma que es característico de este trastorno es el “flashback”, sensación de revivir el episodio o parte de él en forma de imágenes que vienen a la mente espontáneamente y perturban mucho a la persona que lo padece.
La perpetración del robo (por ejemplo) en lugares considerados “seguros” por la víctima, como la propia casa o el trabajo así como la reiteración de los robos sufridos, tienden a incrementar los sentimientos de vulnerabilidad, inseguridad y temor, que pueden llevar a la paralización y el encierro. Se suma el temor de ser identificados y ubicados fácilmente y el temor a un posible retorno de los agresores.
En caso de violencia contra niños y jóvenes, además de los problemas (efectos físicos, psicológicos y emocionales o de la presencia de trastorno por stress post traumático) se constata que a algunos adolescentes los hace incrementar la probabilidad de que lleguen a cometer ellos mismos un delito a futuro, a ser violentos o a abusar de alguna forma de los que los rodean. Lo que hay que tener en cuenta es que los niños-jóvenes no necesariamente tienden a repetir el mismo delito, pero sí es más probable que crezcan victimizando a otros de alguna forma.
Por eso es importante que resuelvan bien esa situación, para no repetirla por no poder recuperarse bien de ella. El apoyo a la víctima después del delito por parte de familiares, amigos, etc. y las reacciones que demuestren tiene notables repercusiones en su posterior ajuste y también en que no sean objeto de victimización secundaria.
A veces creencias estereotipadas, preconceptos sobre algunos delitos por parte de los demás, o actitudes negativas hacia las víctimas por parte del entorno, son variables que condicionan el apoyo social y por tanto se debería educar al entorno en cómo reaccionar cuando se dan estas situaciones para que el apoyo se realice adecuadamente.
Hay personas que en vez de brindar apoyo, los hacen sentir culpa con frases de tipo: “no deberías haber estado en esa situación”, “si no hubieses hecho tal cosa no te habría pasado”, “te lo buscaste”, etc. Son frases que no ayudan en lo más mínimo a solucionar de forma beneficiosa el trauma generado. Esto hace que la persona afectada pueda cambiar el concepto de sí mismo, de confianza hacia los demás, pérdida de autoestima, de seguridad y condicionar sus reacciones frente al entorno. En el momento hay que apoyar a la víctima para que se recupere y recién un tiempo después, analizar si es posible cambiar algunas conductas de forma de poder prevenir otro atraco.
Siempre el impacto recibido va a estar en relación a la violencia y severidad del delito y al posterior proceso de recuperación de quien fue la víctima. Por todas estas variables no es un tema menor el haber sido víctima de un delito del tipo que sea. Siempre el grado de vulnerabilidad tiende a ser alto en niños o adolescentes que están en proceso de terminar de conformar su personalidad.
Se plantea así una situación paradójica en la cual hay sociedades que se ocupan de intentar prevenir, castigar y rehabilitar al delincuente, invirtiendo cifras a menudo elevadísimas en programas de muy dudosa eficacia, mientras que dejan totalmente librada a sus propias posibilidades a las víctimas de la violencia, que tienen que lidiar más o menos solas con las consecuencias físicas, y sobre todo psíquicas de las agresiones recibidas. A veces las personas prefieren no volver a hablar del tema por ejemplo, “para no traer malos recuerdos” y sin embargo la persona necesita poder hablar y procesar lo sucedido.
En estos casos, sin duda el apoyo recibido del entorno inmediato es sumamente importante para que a quien le haya tocado sufrir una situación de este tipo pueda superarla. En el caso de los menores es doblemente importante porque hipoteca su futuro. Cuando el apoyo brindado por el entorno no es adecuado o suficiente, se recomienda buscar ayuda profesional.
Por Ps. Silvia Cardozo – Terapeuta Cognitivo Conductual