En el organismo, la cantidad de hierro es proporcional al sexo y peso del individuo. La mayor parte de ese hierro se encuentra en forma de hemoglobina que lleva oxígeno de los pulmones a otros tejidos a través del torrente sanguíneo.
El resto se encuentra en enzimas metabólicas, en los órganos que producen células sanguíneas y almacenado en el hígado.
La carencia de hierro no es fácil de detectar ya que los síntomas son parecidos a los de otras enfermedades. Algunos de estos son: fatiga, dolor de cabeza, palidez y falta de aire al realizar un esfuerzo (esto se deba a que la sangre tiene menor capacidad para transportar oxígeno a los tejidos). La carencia de hierro provoca anemia, pero la anemia también puede deberse a falta de otros nutrientes. Esta carencia puede deberse a escasa ingestión de hierro en la dieta, a mala absorción del mismo, a pérdida excesiva de sangre y muchas veces, a un embarazo. Durante el embarazo hay una mayor demanda de hierro que generalmente no se cubre con la dieta normal de la mujer, por eso es frecuente que se administren complementos durante el embarazo y también durante el período de lactancia, para recuperar las reservas utilizadas durante la gestación.
Los alimentos donde se puede encontrar este mineral son principalmente el hígado y la mayor parte de las carnes rojas. El hierro también está presente en los huevos y algunos vegetales verdes, pero en estos casos hay otras sustancias que impiden su asimilación. Por otra parte, las frutas y minerales ricos en vitamina C, ayudan a la absorción del hierro.
También es importante el consumo de hierro en los bebés ya que es un elemento fundamental para los tejidos y la sangre que se encuentran en plena expansión durante el crecimiento.