La hora del baño es la que empieza a poner orden en mi hogar, a la que suceden el resto de “las horas de”. Una suerte de ceremonia organizada.

“El caos es vida” y “las casas pulcras e inmaculadas son para las revistas”, fueron siempre mis frases de cabecera en natural defensa al torbellino que dejaba tras mis espaldas.

Y justamente porque me he pasado la vida surfeando el caos, hoy concentro muchas energías en combatirlo. Externa e internamente. Creo que se trata de uno de los más fuertes sacudones de estructuras que movió la maternidad en mí.

Cuando en pleno laisez – faire (traducido en caminar entre autitos, encontrar un mundo debajo de los sillones, descubrir plasticina en los muebles y hasta ver una chancleta en la heladera), el orden aparece por alguna razón inexplicable, aunque sea por un instante, el disfrute y el goce se multiplica por millones.
En casa hay “hora de comer”, “hora de mirar dibujitos”, “hora de leer” y”hora de dormir”. Todas estas horas sin hora estricta, un tanto flexibles en su extensión y características, pero sí hemos logrado una hora maravillosamente estable, la “hora del baño” .

“La hora del baño” es la que empieza a poner en orden el hogar, a la que suceden el resto de “las horas de”. Una suerte de ceremonia organizada con timing de wedding planner y que funciona con exactitud japonesa. Cantamos una canción: “Al agua, pato pato pato…al agua…pez”. Tenemos un pequeño fetiche: la bañera tiene que estar llena de espuma. Logramos una fórmula química exacta para llegar a la temperatura deseada, y una suerte de mantra : “¿Cómo está, Salva? ¡Está divina!”

Durante un rato juega, chapotea, se divierte y se recuesta cual reposera para tomar sol con las patitas para afuera – le está quedando un poco chico el bañito -.

Al verlo, nos damos cuenta de que se trata de un momento de pleno disfrute, de descanso, de relax que le gusta , le hace bien y lo necesita. No solo “la hora del baño” es el momento “limbo” o “bisagra” que da lugar al resto de las “horas de” (comer, mirar dibujitos, dormir), sino el de purificación y limpieza -real y espiritual-. Es la ceremonia de finalización de la jornada, como esa terapia a la que entrás de una manera y salís como nueva.

Estos últimos días empecé a experimentar tímidamente la posibilidad de poner un ratito a Indro, el hermano menor de once meses, para bañarlos juntos. No estoy decidida sobre si lo seguiré haciendo o no, estoy embarcada en un pequeño experimento que me lleva a reflexionar filosóficamente sobre el orden, el caos y otros menesteres existencialistas de la maternidad.

“La hora del baño” es el instante de orden que fluye de un modo cuasi mágico, nos organiza y transcurre sin mayores berrinches o conflictos. ¿Lo dejamos así o nos arriesgamos a alterarlo?
Indro ya está en edad para jugar en el bañito. Mira al hermano y quiere entrar. Escucha el agua y se enloquece de alegría. ¿Lo sumamos al ritual o creamos uno nuevo y diferente para él?

En este mundo “líquido” (*) e individualista en el que impera el cambio y la flexibilidad como principal herramienta para adapatarnos, sobrevivir y crecer, ¿deberíamos proteger o alterar los rituales que dan un fugaz orden? ¿Practicidad y calidad son rivales? ¿La posibilidad de ganarle al caos queda obsoleta?
Dilemas, reflexiones y cuestionamientos existenciales que nacen, crecen, se desarrollan y potencian durante la maternidad. ¿Ustedes qué opinan?

Indro está buscando su ritual. Pero al igual que Salva disfruta del baño como uno de los momentos más especiales del día.Pin this!

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