En general, se tiende a creer que lo que lo heredamos de nuestros padres y abuelos son solo los genes. Sin embargo, sus comportamientos y experiencias también pueden afectar los rasgos que heredemos de ellos.
Esto se comprueba gracias a estudios recientes en el campo de la epigenética. Dicha disciplina hace referencia al estudio de todos los factores no genéticos que intervienen en la expresión de los genes; es decir, cómo las influencias del entorno pueden activar un gen que quizás de otra manera hubiera permanecido desactivado.
Cada uno de nosotros posee alrededor de 25.000 genes que contienen la información que les “dice qué hacer” a cada una de las células de nuestro organismo. Pero no todos nuestros genes están activos, o “se expresan”, en todo momento. La epigenética estudia los cambios en la actividad de los genes que puede ser heredada, pero no implica alteraciones al código genético. Así que si bien podemos heredar una serie de genes, lo que comemos o vivimos emocionalmente puede influir en cuáles de esos genes se activan. Y esa huella biológica luego se traspasa a nuestros hijos.
Distintos estudios muestran cada vez más que los nutrientes, las toxinas y las exposiciones al entorno pre y post nacimiento pueden suprimir o activar un gen. Esto puede afectar desde nuestro bienestar emocional hasta nuestra susceptibilidad a ciertas enfermedades. En cuanto a la alimentación maternal, durante los noventa una investigación en ratones en la Universidad de Duke pudo demostrar por primera vez que los suplementos nutricionales dados a la madre podían alterar la expresión de los genes de sus descendientes sin alterar a los genes en sí mismos. Otras investigaciones, como una realizada por el Instituto de Ciencia Metabólica de la Universidad de Cambridge, comprobaron que una dieta pobre durante el embarazo aumenta la vulnerabilidad de la descendencia frente a los efectos del envejecimiento.
También se estudió que niños que nacieron de madres con una dieta pobre e insalubre durante el embarazo tienen más chances de padecer diabetes tipo 2 más adelante en su vida. La diabetes tipo 2 es un factor significativo que contribuye a las enfermedades cardíacas y el cáncer. Por lo tanto, lo que las embarazadas comen durante los nueve meses de vida intrauterina va a participar en la conformación de la salud de sus hijos en el largo plazo, al influir cómo envejecen las células del cuerpo.
Recientemente, científicos del Instituto Víctor Chang en Sídney, tras otro estudio en ratones, concluyeron que la dieta de la madre determina si un gen que controla el color del pelaje y la probabilidad de obesidad, así como la tendencia a comer en exceso, se activa o mantiene desactivado en sus descendientes. Incluso descubrieron que las influencias de los cambios de alimentación son más fuertes en las segundas generaciones (nietos) que en las primeras (hijos). Hay una especie de memoria biológica de lo que comieron tu madre y tu abuela. Y los ratones utilizados eran genéticamente idénticos, por lo que las diferencias en apariencia y salud eran simplemente el resultado de diferentes dietas.
Descubrimientos como estos son muy importantes hoy en día, cuando el sobrepeso en niños alarma (uno de cada tres niños en Australia lo presenta, por ejemplo). Hay ciclos intergeneracionales de obesidad que se deben a complicaciones heredadas, y no se trata sólo de los hábitos alimenticios de los niños hoy. La epigenética está ayudando a comprender qué pasa si se come bien, pero aun así se tienen problemas de peso, y a entender cómo revertir los efectos de los comportamientos de las anteriores generaciones. Lo interesante es que, a diferencia de los cambios genéticos, los cambios epigenéticos pueden ocurrir relativamente rápido. Con una generación que cambie la dieta, se podrían revertir ciertos efectos.
Las influencias ambientales también tienen su rol. Estudios han demostrado que los descendientes de ratas macho estresadas tienen niveles mucho más altos de depresión y ansiedad, según informa el Wall Street Journal. Los estudios en ratas demostraron que el cuidado maternal de las crías reduce su respuesta al estrés por alterar el epigenoma en el cerebro. Es decir que hay un mecanismo evolucionario que tiene que ver con el clima, la nutrición y el estrés al que reaccionan nuestros genes.
Los científicos continúan estudiando las reglas de la epigenética, que sigue siendo un campo lleno de incógnitas. Pero esta disciplina demuestra lo dinámicos que somos los seres humanos, y que no estamos tan condicionados por la herencia puramente genética que nos toca en suerte. Un individuo puede tener más riesgo de contraer una enfermedad por sus genes, pero la clave es el riesgo: no necesariamente es un hecho que la vaya a padecer.
Ser conscientes de ese riesgo y vivir de una forma saludable puede llegar a hacer que esa programación genética no se active. Y si ese riesgo se reduce en un individuo, eventualmente se romperá el ciclo intergeneracional que lo transmite a sus descendientes. No se trata por lo tanto de vivir el embarazo pendientes de cada bocado o comportamiento, pero sí de ser conscientes que nuestra forma de vida es fundamental para el futuro de nuestra familia y actuar en consecuencia.
Fuentes:
You are what your mother ate, Universidad de Cambridge, [21/3/2011], http://www.cam.ac.uk/research/news/you-are-what-your-mother-ate/
The genetic ripple effect of hardship, The Wall Street Journal, [28/2/2012] gttp://online.wsj.com/article/SB10001424052970204653604577249294233751760.html