Testimonio sobre una pareja a la cual no le fue fácil llegar al embarazo, pero luego de numerosos intentos lo lograron. 

Cuando nos pusimos de novios, éramos apenas dos niños de quince y dieciséis años, llenos de proyectos e ideales, y con la idea bien clara de que nuestro futuro sería formar una gran familia con muchos hijos.

Luego de siete años de noviazgo, nuestro primer sueño se hizo realidad: ¡nos casamos!. Mi esposo recién egresado de la Facultad de Psicología, y yo, terminando mi carrera en la de Ciencias Económicas, emprendimos ilusionados esta nueva etapa, confiados de que juntos podríamos lograr todo cuanto nos propusiéramos. 

Agrandar la familia

Pasaron dos años hasta que decidimos que era hora de agrandar la familia, impulsados más con el corazón que con la razón, ya que vivíamos en un departamento muy chico y aún no estábamos estabilizados económicamente, pero con la enorme convicción de que a nuestro hijo no le faltaría lo más importante: nuestro amor.

Fue así que consultamos a mi ginecóloga, quién según mi historia clínica, nos dijo que no íbamos a tener dificultades, pero nos anticipó que no siempre el embarazo se logra inmediatamente, por lo que nos aconsejó tranquilidad y paciencia en el caso de no ver los resultados enseguida. Conforme fueron pasando los meses fue inevitable el ponernos ansiosos, pero siguiendo los consejos de la doctora, no quisimos consultar nuevamente hasta que no pasara un tiempo más prudencial (creíamos que un año sería lo correcto), y nos embarcamos en el proyecto de cambiar de casa por una un poco más grande, anticipando la llegada de el nuevo integrante de la familia, y de esa forma también distraer un poco la atención para que la ansiedad no pudiera jugarnos en contra.

Pasado el año sin lograr el embarazo, volvimos a la consulta. Se nos indicó hacernos los análisis de rutina, (colposcopía y colpocitología a mí, y espermatograma a mi esposo), con lo cual se nos dijo que estaba todo completamente normal y que debíamos seguir esperando, recalcándome además que seguramente el factor psicológico estaba influyendo negativamente, y que probablemente ésa era la causa del problema.

Luego de seis meses de esta segunda consulta, decidimos cambiar de profesional, ya que creíamos que debía haber otro tipo de estudios que aportaran más información acerca de las posibles causas de esterilidad, y pensábamos que era prematuro asignar dichas causas a motivos psicológicos, antes de descartar los motivos fisiológicos. Se me realizó un análisis de sangre, en el cual se encontró un índice por encima de lo normal de Prolactina, que según se nos explicó, es la hormona que aparece durante la lactancia, y que en valores muy altos, (no era mi caso) puede inhibir la ovulación, con lo cual el médico me recetó un medicamento para bajar dicho nivel, y nos aseguró que en tres meses íbamos a regresar al consultorio con la buena nueva.

Pasados seis meses de la última consulta sin haber obtenido resultados, regresamos a la misma, preocupados además por los efectos secundarios que el medicamento me traía aparejados (cefaleas, vómitos, decaimiento), a lo cual el médico le quitó importancia, y recomendó aumentar la dosis. Mi esposo a esa altura no quería que siguiese tomando la medicación ya que los malestares eran casi insoportables, pero yo creía que el objetivo valía el sacrificio y continué tomándola por seis meses más, al término de los cuales comenzamos a buscar especialistas en esterilidad (hasta ese momento habíamos consultado con ginecólogos obstetras), que nos pudieran guiar en este difícil camino.

Los intentos continuaban…

Después de haber perdido más de dos años en intentos, con el desgaste emocional que esto implica, no queríamos consultar con el primer especialista que se nos recomendara, sino que queríamos dar con la persona que además de conocimientos científicos, pudiera comprender la importancia que tiene en una pareja, tanto física como psíquicamente, un tratamiento de este tipo.

En la primera consulta con un médico especialista en esterilidad, se me indicó realizarme una Laparoscopía, que consiste en una pequeña intervención quirúrgica con anestesia general, que según se nos dijo, constituye una excelente herramienta para la detección de patologías que no son diagnosticables por otro medio (como por ejemplo la endometriosis), pero para lo que no estábamos aún preparados, ya que pensábamos que no habíamos transitado todavía por otros estudios menos invasivos, como por ejemplo seguimiento folicular (para detectar si había o no ovulación), histerosalpingografía (que es una especia de placa para detectar obstrucciones en las Trompas de Falopio o en el útero), y que antes de someterme a una intervención, por menor que esta fuera, debíamos intentar descartar otro tipo de motivos.

Nos proporcionaron el nombre de otro especialista, pero decidimos tomarnos un tiempo para descansar y reponer energías antes de una nueva consulta. Fue así que hicimos un viaje sumamente reparador y al regreso nos abocamos por completo a nuestro objetivo: tener nuestro tan ansiado bebé.

La primera consulta ya fue un gran avance, hablábamos el mismo idioma y nos sentimos en todo momento no sólo atendidos como pacientes sino también escuchados como personas. No se nos prometieron milagros pero sí esperanzas, se nos advirtió que los tratamientos de fertilidad pueden ser largos, y que no hay que desesperar, sino mantener la calma y cooperar. Seguidamente comenzamos con la etapa de diagnóstico (hasta ese momento no sabíamos cuál era, o cuáles eran los problemas), la que duró aproximadamente unos tres meses. Comenzamos con un seguimiento folicular y un estudio hormonal seriado para mí, y un nuevo espermatograma para mi esposo. Además se me realizó un test post coital, un cultivo de cuello de útero y una histerosalpingografía.

Cómo resultado de éstos estudios se detectó que los espermatozoides no sobrevivían en el útero, y el cultivo de cuello mostró una infección que podría ser la causante. Además el estudio hormonal seriado reflejó una insuficiencia en éste campo. Resumiendo: en tres meses habíamos avanzado más que en tres años y no habíamos tenido que recurrir a ninguna intervención quirúrgica. Por ese motivo, en lugar de desanimarnos porque los resultados no estaban bien, estábamos contentos porque teníamos la certeza de estar transitando por el camino correcto, y que por fin encontraríamos la salida.

Como tratamiento comenzamos con antibióticos para mí y mi esposo, para poder atacar la infección, luego de un mes, en el siguiente test post coital, podíamos ver cómo aquellos espermatozoides que antes no se movían y además eran muy pocos, ahora viajaban de un lado a otro como ”pecesitos”. No lo podíamos creer, para nosotros, observar ese microscopio era algo maravilloso, y cada avance en el tratamiento lo vivimos con mucha alegría, como si se tratara de ir superando todas las pruebas hasta llegar a nuestro bebé.

Al mes siguiente se me empezaron a administrar inyectables para estimular la ovulación, pensábamos que si la misma se producía, seguramente haríamos inseminación artificial.

Inmediatamente comenzamos con el seguimiento folicular, del cual surgió que estaban madurando dos folículos de un mismo ovario, y como el test postcoital que se me realizó en ese mismo ciclo resultó normal, el médico nos aconsejó mantener relaciones sexuales programadas en lugar de realizar una inseminación.

Cambiando de táctica

Decidimos entonces intentar ese mes por fecundación natural, y en caso de no lograr el embarazo, volveríamos a intentarlo al mes siguiente, seguramente con inseminación artificial.

Catorce días más tarde de la fecha de ovulación teníamos que hacernos el test de orina. Fuimos a la farmacia la noche anterior a comprar el test, y lo dejamos al costado de la cama para utilizarlo al día siguiente con la primera orina de la mañana. Cometimos el error de contarles a nuestros familiares más cercanos de todos los detalles de nuestro tratamiento, por lo que estaban todos pendientes de lo que sucediera ese día, pero no nos pareció correcto dejarlos fuera de todo esto, cuando ellos nos habían apoyado y habían sufrido todo con nosotros, así que para bien o para mal, éste paso también lo íbamos a dar juntos.

El milagro del embarazo

A las dos de la mañana me desperté y sabía que no iba a dormir más, así que esperé hasta las tres y media y me levanté dispuesta a realizarme el test, tratando de no despertar a mi esposo para que no me hiciese desistir de la idea, pero para mi sorpresa, él estaba más nervioso que yo y apenas puse un pie fuera de la cama se sentó y me dijo: te lo vas a hacer ahora no?, y con las manos temblando pusimos las gotitas en la ventanita de recolección y nos quedamos esperando para leer el resultado que tantas otras veces había dado negativo. Creo que fueron los cinco minutos más lentos de mi vida, como no aparecía el resultado, decidimos ir a la cama y esperar unos minutos más, y mi esposo me dijo ”voy a ir yo sólo a ver y te digo”, pero pasaron unos segundos y no emitía ningún sonido, entonces salté de la cama y fui al baño, cuando miré el test no podía creer lo que estaba viendo ¡POSITIVO!, nos pusimos a llorar como locos, él un poco más cauteloso que yo, esperaba que la rayita apareciera más nítida, pero yo, después de haber visto tantos resultados negativos, no tenía dudas, estaba segura de que nuestro bebé venía en camino. No puedo dejar de llorar al recordar ése momento, es imposible tratar de describir todo lo que sentimos, sólo que nos abrazamos y lloramos hasta que no pudimos más y cuando nos tranquilizamos un poco llamamos a nuestros padres. Pensábamos que los íbamos a despertar, pero para nuestra sorpresa estaban despiertos y apenas sonó el teléfono escuché la nerviosa voz de mi madre que esperaba ansiosa la noticia. Nunca lloré tanto y fui tan feliz al mismo tiempo, además de colmarnos de felicidad a mi esposo y a mí, este bebé llenó de alegría a nuestros padres que tan silenciosamente sufrían por nosotros todos los días.

Ahora disfruto cada instante de mi embarazo que hoy llega a las treinta semanas, feliz con cada “patadita” y deseosa de conocer a la personita que ya pasó a ser el centro de nuestras vidas.

Creo que a medida que transitamos por la vida, nos van surgiendo obstáculos, pero depende de nosotros el no bajar los brazos y tratar de que los malos momentos sirvan para fortalecernos y luchar con más ímpetu por lograr alcanzar aquellas cosas que son realmente importantes, sin olvidar que por suerte existen personas capacitadas, dispuestas a ayudarnos, a las cuales no debemos dudar en recurrir.

Vaya nuestro agradecimiento entonces a nuestro querido doctor, y a todos aquellos que entienden que tan importante como salvar vidas, es posibilitar el nacimiento de una nueva, dándoles alegría y rescatando del dolor a familias enteras.

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