Antes de intentar definir lo que algunos han dado en denominar “enfermedad del siglo”, se estima pertinente realizar algunas precisiones. Todo niño que no aprende a leer de acuerdo a lo esperado para su edad y curso escolar, no es forzosamente un niño que tenga dislexia.
En un escenario de esta índole, podría tratarse de un mero enlentecimiento en las habilidades necesarias para la adquisición de dicha competencia; o ser una dificultad secundaria a causas emocionales, orgánicas, etc. Es fundamental que la evaluación realizada al aprendiz de lector sea rigurosa, exhaustiva, a cargo de profesionales competentes, preferentemente en el seno de un equipo interdisciplinario.
La intervención psicopedagógica no difiere en forma significativa cuando estamos ante un cuadro de dislexia, un ritmo diferente de aprendizaje o una manifestación de índole emocional. El abordaje precoz de una dificultad solo puede redundar en forma beneficiosa, siempre y cuando se consideren –entre otras– las puntualizaciones precedentes.
Esta suerte de introducción apunta a la necesidad de que la comunidad psico-socio-médico-educativa toda (padres, educadores, especialistas, instituciones, etc.) tenga presente el cuidado que merece el auténtico protagonista de esta historia: un niño que no logra, como SÍ lo hace el resto de sus compañeros, aprender a leer.
Para explicar más claramente el tema, lo haremos mediante preguntas y respuestas.
¿Qué es la dislexia?
De acuerdo al DSM-IV (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. 1995. MASSON,S.A. Barcelona. España), la dislexia se inscribe en la categoría de los trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia. Los criterios para su inclusión son los que siguen: “rendimiento del individuo en lectura, cálculo o expresión escrita (…) sustancialmente inferior al esperado por edad, escolarización y nivel de inteligencia (…) Los problemas de aprendizaje interfieren significativamente en el rendimiento académico o las actividades de la vida cotidiana que requieren lectura, cálculo o escritura. (…) Si se presenta un déficit sensorial, las dificultades de aprendizaje deben exceder de las habitualmente asociadas al déficit en cuestión.”
Existen sutiles diferencias concernientes a la denominación (dificultades -trastornos- específicos del aprendizaje; síndromes dis; dificultades primarias); las mismas se hallan estrechamente ligadas al ámbito científico-educativo que las toma como objeto de estudio.
El sustrato teórico de la presente reseña se asienta en las nociones facilitadas por el Dr. Michel Habib, neurólogo clínico e investigador, especialista internacionalmente reconocido en el dominio de las dificultades de aprendizaje, a través de su valioso compendio La dislexia a libro abierto (La dislexia a libro abierto. Dr. Michel HABIB. Prensa Médica Latinoamericana.Montevideo, 2004. Traducción al español: Karin Schubert).
Concibe a la dislexia (dificultad específica de la lectura) como vedette de “una constelación de trastornos diversos” que se caracterizan por compartir dos características: “(1) la frecuencia de su co-ocurrencia y (2) su independencia del funcionamiento intelectual global del niño” (Ibíd. p. 69).
Todo haría suponer que en el niño disléxico, cuyo cerebro posee una estructuración anátomo-funcional singular – empleando el término que el Dr. Habib eligió para adjetivar de modo tan ilustrativo dicha constatación – la instalación de su sistema fonológico hubiera sido realizada en forma deficitaria. En otras palabras, tanto el desarrollo como la consolidación de la conciencia y, en etapas posteriores, metaconciencia fonológicos se hallarían afectados desde las primeras etapas.
"Gracias a los avances de la neurociencia en general, hoy se puede sostener que no se trata de una “incapacidad sino de un funcionamiento singular del sistema cognitivo de estos niños. Ciertos elementos que nos parecen alejados, para un disléxico pueden resultarles cercanos, incluso similares. A la inversa, el disléxico podría ser capaz de hacer la distinción, en el mundo circundante, de elementos que parecen similares o hasta idénticos para nuestro sistema cognitivo “normal”” (Ibíd. p. 56).
¿Cómo prevenir un sufrimiento que parece insoslayable? ¿Cómo preservar unas adecuadas auto (y hetero) valoraciones, innegable punto de partida para la construcción de una buena autoestima? El Dr. Habib, atendiendo, sosteniendo e intentando prevenir repercusiones más dolorosas, apela a la necesidad de compartir información. Subraya: “(…) la neuropsicología nos enseña (…) a comprender el lazo existente entre el nivel de inteligencia y las dificultades de aprendizaje. (…) a menudo nos revelará que es precisamente esa inteligencia superior a la norma, la causa del fracaso escolar constatado” (Ibíd. pp. 9-10).
Quisiera destacar, a título personal, la mezcla de desconcierto y frustración que se experimenta, a diario, al constatar cómo sigue habiendo niños, adolescentes y adultos con dislexia que desconocen el hallazgo precedente.
¿Qué relación tiene con la disortografía y la discalculia? ¿Podrías explicar en qué consiste cada una de ellas?
La discalculia, trastorno de las competencias numéricas y las habilidades aritméticas que se manifiesta en niños de inteligencia normal, sin déficits neurológicos adquiridos, conforma la constelación dis, como consignáramos. Cabe resaltar que algunos equipos de investigación consideran que su estudio amerita una mayor profundización.
Por otra parte, quisiera señalar que uno de los mayores peligros en lo que a errores diagnósticos concierne, es adjudicar una supuesta discalculia a un niño con dislexia que no comprende la consigna de un problema de matemáticas si esta no le es debidamente explicitada, habida cuenta de su déficit verbal.
En cuanto a la disortografía, el especialista mencionado lo explicita muy claramente: “La primera y la más constante de estas asociaciones es, por supuesto, la disortografía, cuyos lazos con la dislexia están ampliamente establecidos; de ahí que ningún disléxico la eludirá. En la práctica, la presencia de una disortografía severa, incluida la del adulto, traduce casi sistemáticamente una dislexia, haya o no haya sido diagnosticada como tal. Son numerosos los padres de nuestros pequeños disléxicos que, aunque jamás hayan recibido un diagnóstico preciso durante su infancia, se descubren disléxicos a raíz del diagnóstico planteado para sus hijos. Sea cual haya sido su grado de recuperación, la disortografía persistente continúa siendo el medio más seguro de atestiguar su dislexia pasada, lo que proporciona además un argumento suplementario para plantear el diagnóstico en su hijo.” (Ibíd. p. 70)
¿Existe una mayor incidencia de este trastorno en hombres o en mujeres?
La cita precedente conlleva la respuesta a la interrogación que sigue. El mayor número de pacientes con dislexia de sexo masculino es, asimismo, fácilmente apreciable tanto en nuestra práctica como en la de otros profesionales que trabajan en el área de las dificultades de aprendizaje.
"Aquí no se trata de un «tomar partido» sexista, sino de una realidad estadística ligada a la incidencia incontestablemente más frecuente de la mayoría de estos trastornos (salvo, quizás, la discalculia) en el sexo masculino. Es, pues, normal que estadísticamente sea en el padre más a menudo que en la madre, que se encuentre de ese modo la firma genética de esta afección." (Ibíd. p. 70)
* I) Libro nº1 del Registro de Títulos de la Lic. de Psicopedagogía, folio 1 nº 1. 1/11/01. Directora Gral. del Instituto Universitario CE.D.I.I.AP: Prof. Em. Dra. Mª Antonieta Rebollo. II) Registro de Títulos de Profesionales del Ministerio de Educación y Cultura nº 3642 de la Lic.en Psicopedagogía. 26/12/03. Directora de Educación: Esc. Helena Costabile. Escribana del M.E.C.: Mª Cristina Bech. III) Registro de Profesionales de la Salud. Ministerio de Salud Pública. División Servicios de Salud: Soc:Adriana Ghuisolfi (Departamento Habilitaciones y Control de Profesionales de la Salud). 2/04/08.