Generalmente cuando alguien escribe un texto que sabe que será leído por otros intenta buscar conceptos trascendentes para compartir, ideas que expongan un nuevo punto de vista sobre alguna temática o presentar datos que probablemente el lector no haya tenido oportunidad de descubrir con anterioridad. En definitiva, aportar algo nuevo o relevante.
Por eso dudé tanto a la hora de escribir esta editorial. ¿Volver a decir lo que ya todos sabemos? ¿Malgastar líneas en una obviedad? ¿Hablar otra vez sobre felicidad? Sin embargo algo me impulsó a hacerlo. Tal vez el constatar una vez tras otra lo fácil que es sumergirse en las rutinas mundanas y entre pañales, mamaderas, ollas o pantallas ocuparse de lo urgente sin dejar lugar a lo importante. Lo que voy a contarles es lo que sucede cada noche cuando llega el momento de decir:
“Es tarde, todos a dormir”. Mi hija casi invariablemente me pide para venir un ratito a mi cama. Muchas veces estoy cansada, ocupada, estresada, desconectada o tengo cosas que hacer y digo que no. Y otras tantas (espero que las más), digo que sí. Cuando se duerme abrazada a mí, diciendo: -Mami, te quiero muchísimo no puedo evitar pensar: -Ahhhh; esto es felicidad.
Es cierto que a veces parece esquiva, pero ¿cuántas está al alcance de nuestra mano y no tenemos la sabiduría para reconocerlo? Hacerlo es sentir que ese instante de paz, ya valió la pena toda la existencia. Porque vivir la vida con intensidad no es hacer cosas tan diferentes a las que hacemos habitualmente: Mimarse con los abrazos de los hijos, con las preguntas adolescentes, con las galletitas que hay que preparar para la merienda compartida. Se trata simplemente de abrir los ojos por unos instantes cada noche y encontrarse con uno mismo, antes de cerrarlos esperando un nuevo amanecer.
Texto publicado inicialmente como editorial de la Revista Ser Familia, octubre 2013.