‘Este niño vino a romper las estructuras’, me dijo mi amiga a los días de haber nacido mi ahijado. ‘Mi paradigma de parto ideal terminó siendo cesárea’, agregó.

Por Florencia para BabyDove

“Este niño vino a romper las estructuras”, me dijo mi amiga a los días de haber nacido mi ahijado. “Mi paradigma de parto ideal terminó siendo cesárea y todo lo que me imaginaba de cómo iba a ser amamantar no está siendo nada fácil, ¡sólo me toma de la teta izquierda!”, agregó.

Se rompe tu piel si es una cesárea. Se pueden romper las fibras musculares si es parto.

Se rompe tu cotidianidad. Se rompe tu descanso. Se rompe tu tiempo. Todo se rompe para rearmarte, para renacer y revolucionar.

Dar a luz es un acto natural que altera lo físico y lo psíquico. Te revuelve el corazón y las entrañas.

Todo lo que pensamos sobre ser padres antes de serlo se nos puede venir abajo ante la realidad que nos desborda con nuevos desafíos.

Y ahí, en ese instante en que tus teorías o ideales se derrumban, hay algo clave para que el terremoto no deje secuelas graves: tu entorno.

El abrazo. El “te amo”. El “hacés lo mejor que podés”. El “sos la mejor”. Saber que si necesitas dormir un ratito, lo podés hacer sin sentimiento de culpa. Saber que si tenés alguna duda podés preguntarle a esa madre amiga, hermana, tía que seguro te va a orientar.

Ahora puedo entender cuando dicen que cada hijo es único. Es que con tanta ruptura no puedo ser la misma.

Con Azul me encuentro más relajada y eso me hace tan bien. No quiero decir que viví neurótica en los primeros meses de Alma, pero al ser todo tan nuevo me doy cuenta que era muy precavida, a veces demasiado. Aunque hay cosas que seguimos manteniendo a rajatabla (vegetarianismo, no azúcar refinada en casa, no golosinas, muy poca tecnología, entre otras), todo es más liviano.

Por otro lado, ver a Alma crecer tan rápido (está por cumplir dos años) me hace ser consciente de que el tiempo vuela y que cada segundo junto a ellas va a ser único, pero también irrepetible.

Una noche, Lolo hacía dormir a Alma. Por lo general, siempre las hacemos dormir juntas. Yo le doy teta a Azul en un lado de la cama grande, mientras Lolo se acuesta con la otra peque en el resto del colchón. En penumbras, de a poco, Alma se fue durmiendo, después de varios cantos, cuentos, abrazos, besos y risas.

De repente, en el silencio de la habitación siento la respiración de él más fuerte. “¿Qué pasa? ¿Estás bien?”, le pregunté en voz baja. “Sí”, me responde enseguida y continúa: “Es que crece tan rápido, me gustaría que sea así para siempre”.

A mí se me hizo un nudo en la garganta. El ya lo tenía hacía ya varios minutos. Nos agarramos de las manos. No veíamos nada. Los dos lloramos. Fue un llanto de amor y de conciencia plena.

Estos instantes de revelación son los que te rearman y te transforman para siempre. Ya no hay vuelta atrás.

Solo queda abrazarse a cada parte que se rompa del esquema, dejarse sorprender por lo nuevo, lo difícil, lo incorrecto, lo correcto, la oportunidad, el instinto, el nuevo saber, el compartir, la conexión, la presencia y el amor.

Así es la vida después de ser padres. Experiencia intransferible, sin métodos, sin formas. Es un camino vacío que se va llenando paso a paso. Y yo no lo cambió por nada.

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