“El abanico de seda”, una excepcional novela de Lisa See, es una invitación a reflexionar sobre las costumbres que vemos naturales en un momento y probablemente años después consideremos aberrantes.
La novela narra la historia de Lirio Blanco, una mujer nacida en China, a comienzos del siglo XIX.
En realidad aún no puedo contarles demasiado porque todavía no alcancé ni la cuarta parte del libro, pero estoy absolutamente impresionada con el relato de las primeras páginas donde la protagonista cuenta el momento en que le vendaron los pies para convertirlos en una “flor de loto” como era la costumbre de la época. Según esta tradición, una mujer era más codiciada y tenía un futuro más promisorio, cuanto más pequeños y hermosos fueran sus pies, según los cánones de aquella época.
Era tal el sufrimiento de esta práctica, que muchas niñas (incluso la hermana menor de la protagonista de la novela) fallecían durante el proceso. El mismo implicaba vendar los pies hasta quebrar los huesos de los 4 dedos y lograr que éstos se “peguen” y arqueen hacia atrás. Cada 4 días se retiraban las vendas y se colocaban vendas aún más pequeñas intentando llegar al ideal de un pie que no midiera más de 7 centímetros (el tamaño de un dedo pulgar).
Según pude averiguar, la costumbre se inició en el siglo X en algunos ámbitos cerrados pero se popularizó en el siglo XVI. Aparentemente la costumbre duró cerca de mil años y fue prohibida en 1911, pero hay registros de pies vendados en China hasta hace unos 50 o 60 años.
No pude dejar de preguntarme cómo es que da comienzo o inicio una costumbre de este tipo, que hoy consideramos aberrante y cómo las mujeres de aquel entonces la aceptaban y sometían a sus hijas a semejante tortura. Me pregunto si la práctica sería resultado de una sociedad absolutamente machista o como el ser humano al estar tan dentro de un ámbito, le cuesta abstraerse y mirar la realidad desde otra óptica.
Pero de todos modos, y más allá del cuestionamiento hacia esta extraña tradición, la lectura me llevó a interrogarme cuáles de las costumbres de la sociedad occidental moderna son hoy consideradas naturales y dentro de 100 años serán vistas (por las siguientes generaciones) como aberrantes o incomprensibles. Y pensé en el estar conectados a aparatos electrónicos dejando de lado las relaciones y conversaciones de verdad, en el hábito de desperdiciar nuestro tiempo precioso mirando horas y horas de televisión; en cómo destruimos el planeta con un consumo desmedido, en la indiferencia con que muchos padres crían a sus hijos y sobre todo, en el hábito de vivir la vida como seres omnipotentes absolutamente alejados de nuestro ser espiritual.