Hace unos días conversaba con una amiga sobre el nivel de exposición al que se auto-someten algunos niños y adolescentes al publicar todos los detalles de sus vidas privadas en las redes sociales. Ella se refería  incrédula  a las fotos con ropas o poses inadecuadas, pero también a la especie de diario íntimo -que por supuesto deja de ser íntimo al compartirse-  donde relatan cada detalle de sus días incluyendo encuentros y desencuentros, alegrías y  frustraciones, emociones y enojos, e incluso actividades que en otras época preferíamos ocultar, como las “ratas” al liceo.

Reflexioné sobre  la importancia de que los padres expliquemos a nuestros hijos el concepto de reputación online.  El mismo hace referencia a la la construcción social alrededor de la credibilidad, fiabilidad, moralidad y coherencia que se tiene de una persona, (pero también aplica a entes, organismos, instituciones o empresas) a partir de lo que aparece en internet sobre él o ella. Toda acción que emprendemos y todo contenido que publicamos online – sea una foto, un video, un post o un simple comentario – contribuye a construir, configurar y reforzar nuestra imagen personal.

Y una vez que apretamos “enter” y lo lanzamos al ciberespacio permanecerá allí por mucho tiempo, disponible para quien desee “googlearnos” antes de una entrevista de trabajo, admisión a una universidad local o extranjera y por qué no, disponible para esa chica o chico que conocerán más adelante y podría ser el amor de sus vidas. Son varios los encargados de reclutar al personal en las empresas que afirman que recurren a la búsqueda en Internet para “avalar” los currículums que reciben y que muchos son descartados por tener una mala reputación online.

Pero más allá de esto, me cuestioné acerca de esa necesidad voraz de mostrarse. Porque si bien la tecnología habilita a hacerlo, -y hasta podríamos decir que invita o estimula-  al permitir publicar una foto o un video casi en el mismo momento en que algo está sucediendo, lo cierto es que algunas personas eligen hacerlo  y otras  no. Pensé en todos esos momentos en que los niños nos dicen “mirá mamá” cuando comen solos, se bañan, se visten, ordenan el cuarto, hacen un dibujo, inventan una canción, se disfrazan, terminan los deberes o en tantas otras ocasiones que comienzan apenas aprenden a hablar y se van espaciando a medida que crecen. Lo hacen en busca de aceptación y reconocimiento, que es una de las necesidades humanas más potentes. Y entonces me pregunté si no nos estaremos encontrando en Facebook con  “necesidades desplazadas”; con chicos que ante la falta de mirada de mamá y papá cuando eran pequeños, tienen la necesidad de mostrarse al mundo en busca de esa aprobación que les resultó insuficiente  durante esos primeros años en que se construyen los pilares de la autoestima.

Y por las dudas, cuando terminé de escribir esto, fui al cuarto de cada uno de  mis hijos y les recordé lo maravillosos que son. 

Publicado inicialmente como editorial de revista Ser Familia del diario El País, noviembre 2013.

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