Nos preguntamos mucho sobre las actitudes de los jóvenes y niños. "Nosotros nos divertíamos con menos", aseguramos. Pero, ¿alguna vez nos preguntamos si sus conductas son un espejo de lo que nosotros les transmitimos?

A veces, los adultos dicen: «Nosotros nos divertíamos de otra manera». Escuchamos esta expresión cuando criticamos la forma violenta de los adolescentes y de los jóvenes de hoy. Nos cuesta entender por qué estos «necesitan beber alcohol o agredir» para divertirse y pasarla bien. ¿Por qué actúan de esa manera los jóvenes? No debemos olvidar que los jóvenes no se hacen solos, ellos replican y amplifican conductas, actitudes; son espejo de los valores de los adultos.

Cuando afirmamos que el problema está en cómo se divierten ellos, nos equivocamos. El problema está en cómo nos divertimos, cómo nos vinculamos e interactuamos nosotros, los adultos. Los jóvenes nos devuelven la imagen del espejo. Ellos ¿qué ven de nosotros? ¿Qué les mostramos nosotros? ¿Cómo resolvemos los problemas? 

Vivimos una época violenta, donde nos cuesta mucho la tolerancia, la hospitalidad, y construir consensos, como dice Sergio Sinay, el poder «transformar las diferencias en fuente de encuentros». Es una época de crisis espiritual y de vacío existencial. La anulación del otro, el no confiar en que el otro forma parte de mí, nos hace caer más en el vacío y en la angustia existencial. Esta angustia no se calma con lo material, ni aislándonos, ni comprando compulsivamente. Una empresa puede contratar un buen técnico, pero, ¿puede comprar entusiasmo? No puede. Debe restaurar a su gente para que encuentren sentido en la tarea cotidiana. Cuando nos encontramos con esta frustración, aparece el refugio en las adicciones o expresamos de manera violenta los conflictos. Acudimos al alcohol o a distintas adicciones socialmente aceptadas. Una adicción también puede ser el trabajo, los medicamentos, etcétera. Es un modo adicto de vivir en el que estamos inmersos. Este modo de vivir exige, como salida, distintas maneras de diversión, ¿para qué? Para olvidarnos momentáneamente de nuestra angustia existencial; necesitamos salir a divertirnos o ver algo divertido en la televisión, que «no me haga pensar» y me permita dormir tranquilo.

Divertirnos es salir afuera, recrearme, lo opuesto al aburrimiento. En el aburrido crece el vacío existencial, pero si logramos transmutar este vacío existencial en un vacío fértil; leyendo, escribiendo, cantando, siendo creativos, en suma, pasando directo a los hechos, lograremos salir de la «neurosis» que nos atrapa. En definitiva, nos hacemos más libres. 

Entonces, ¿qué conductas debemos tomar para cambiar, cambiar nuestro modo de vivir, para que ello no siga replicando nuestras conductas? A los compromisos existenciales hay que pasarlos a la acción concreta, para que no queden en el aire.

Nosotros somos los responsables de que la diversión de nuestros hijos no sea trágica, para que su energía positiva y renovadora nos nutra a todos de creatividad para vivir. Debemos salir ”•nosotros primero”• de lo efímero, de lo pasajero, debemos recuperar nuestra capacidad de encuentro y de celebración, para que luego ellos puedan aprender otro modo de resolver los problemas.

Cuando éramos niños pedíamos la bicicleta a los Reyes Magos y esperábamos todo el año; ¡sí esperábamos todo el año! Ahora, la bicicleta espera al niño. Entonces, este niño ya no encuentra motivos para esforzarse.

Cuando nosotros celebramos el logro conseguido, gracias al esfuerzo, a la dedicación, al propósito en la vida, entonces estamos enseñando que brindamos por algo, tenemos un motivo. Celebrar es alegría. La alegría del encuentro, la alegría de la familia reunida, celebrando un cumpleaños, un recibimiento, un examen salvado o un trabajo nuevo. El que ama se alegra por la alegría del otro, y si sabemos ver, como diría el Principito, tenemos todos los días «motivos para la alegría y la celebración». Si estoy deprimido o en burnout, lo valioso que pasa no lo veo. Siempre suceden cosas buenas y valiosas en mi trabajo, en mi familia, pero si yo estoy mal no lo puedo ver.

También la alegría se nutre en el silencio. No es necesario tanto ruido para celebrar, se celebra profundamente en el silencio del trabajo, cuando se fueron todos, en el silencio de la casa, cuando los niños ya están durmiendo. Me tomo un tiempo para meditar y celebrar en privado, que di lo mejor de mí.

Necesitamos motivos sólidos para celebrar, y esta celebración nos ilumina y sostiene en el tiempo. Los ritos son necesarios, decía el Principito; son necesarios porque son huellas de sentido. El cumpleaños, el domingo, son motivos para llamar a los amigos y encontrarnos para celebrar la vida.

La celebración es duradera; el divertirse es pasajero. Requiere estímulos constantes (como una adicción), la diversión se agota en sí misma. La fiesta es júbilo, es ruido música y canto. En cambio, la celebración es una fiesta silenciosa, es el sentimiento después de la fiesta. Cuando la fiesta terminó, y se fueron los amigos y los invitados, nos queda la celebración. Hemos brindado porque que la vida sigue su curso, un año más, un logro que nos recuerda el camino de la vida, nos cierra un mojón más del camino y nos ayuda a seguir marchando y empujando. Tengamos el coraje de ofrecerles a nuestros hijos desde nuestro modo de vivir y de relacionarnos un nuevo modelo de celebración y de alegría. Un nuevo modo de vivir que incluye la pausa, el silencio, también el trabajo esforzado, dinámico y creativo y al final del día, el encuentro amoroso en familia para recoger lo sembrado, agradecer lo vivido y seguir; no parar de seguir, de empujar, de acostarnos plenos de sentido para levantarnos mañana con la alegría de estar vivos y contagiarles a los demás la vida. Mandar un mensajito o un correo electrónico a los amigos, diciendo: «Los esperamos esta noche en casa para celebrar…»

 La foto fue tomada de: www.morguefile.com

Deja un comentario