La Dra. Amanda Céspedes, neuropsicóloga y neuropsiquiatra infantil, afirma que 1 de cada 2 niños es porfiado y desobediente cada tanto y 2 de cada 10 niños son oposicionistas en forma habitual. Sin embargo, la autora de “Niños con pataleta, adolescentes desafiantes”, sostiene que “No existe en el mundo un niño o un adolescente que no desee transmutar sus pataletas, su rebeldía y su mala fama en gentileza y buena disposición”. Sólo hay que saber cómo ayudarlo.
La Dra. Céspedes explica que una vez descartadas las psicopatologías (que son menos del 2% de los casos)las conductas rebeldes pueden clasificarse en dos grupos:
- Las propias de la edad de desarrollo.
- Las conductas rebeldes reactivas.
Las primeras tienen su origen en factores psicológicos y biológicos del niño como la ansiedad, miedo, impulsividad , dificultad para autoregular las emociones o la tendencia a atribuir a terceros las acciones propias. Pero estos comportamientos se pueden ver favorecidos o perpetuados por los adultos. Por eso el segundo grupo, implica aquellas que se dan como resultado de situaciones adversas que viven los chicos.
Entre las conductas rebeldes propias del desarrollo pueden citarse en primer lugar las que suceden alrededor de los 2 años. Y luego hay una gran crisis entre los 10 y 12 años cuando el chico intuye los cambios que se avecinan que implican el fin de la niñez y la adquisición de nuevos desafíos. Hay una especie de duelo por dejar la niñez. Y luego ocurre otra al entrar a la universidad o mercado laboral, al tener que asumir nuevas responsabilidades.
Pataletas de la edad pre-escolar
En esta etapa el niño es inquieto y quiere atención exclusiva. Desconoce muchas de las reglas que rigen la vida social y muchos de los peligros de la ciudad y la naturaleza. Se activa emocionalmente en exceso y manifiesta intensamente su enojo o frustración. Sufre “pataletas” que son “una expresión conductual de intensa rabia, caracterizada por llanto, gritos y comportamientos primitivos, como lanzarse al suelo, golpear el piso con los pies y los puños o darse cabezazos contra un muro o el suelo.”
Amanda Céspedes afirma que el abordaje de las primeras pataletas es crucial para la definición de las siguientes. Si se enfrentan adecuadamente, pueden tornarse cada vez más esporádicas, pero si se enfrentan de forma coercitiva pueden volverse cada vez más intensas. Los adultos no deben mostrarse desesperados ni cumplir inmediatamente lo que el niño desea y menos intentar someter al niño por la fuerza. De lo contrario puede comenzar un círculo vicioso donde el niño se enfrasque más en la misma y el adulto se exaspere cada vez más. “Lo que debe hacer el adulto es mantener la calma aguardando sin intervenir hasta que la energía rabiosa se agote y desaparezca”. Se trata de quedarse quieto acompañando al niño en silencio. Como los niños tienden a imitar el comportamiento de los adultos, la calma provocará calma (aunque cueste un rato) en cambio nuestro enojo solo producirá más enojo. Comentarios como “no me vas a ganar”; “ya vas a tener tu castigo” suelen empeorar la situación. Sobre todo no hay que tomarse las pataletas como una afrenta personal porque eso activa reacciones inadecuadas en nosotros.
Rebeldía puberal
Con la pubertad vuelve la energía, la osadía, la avidez por conquistar nuevos espacios. Los chicos púberes no quieren usar la ropa ni los juguetes que usaban antes y las hormonas aumentan su impulsividad haciendo que sean más bruscos y desconsiderados con los demás. Los adultos deben aceptar y entender la búsqueda de autonomía y respetar los espacios de los hijos. Es una etapa en la que hay que ser comprensivos y tratar de negociar para llegar a acuerdos con ellos. Ser demasiado intransigentes puede ser peor.
Adolescencia
Esta etapa suelen está marcada por conflictos sentimentales, con los amigos, con los padres, con los profesores. Los adolescentes se creen omnipotentes y suelen poner a prueba nuestra tolerancia. Necesitamos aceptar que la relación va perdiendo verticalidad e intentar generar empatía. Recordar nuestra propia adolescencia y convertir los errores en instancias de aprendizaje. Se trata de lograr un poder legitimamente ganado y no por el poder de la fuerza y el control.
En cualquier caso debemos recordar que nuestro hijo no es malo, egoísta, molesto o caprichoso. Si bien hay chicos más dóciles que otros, todos finalmente desean nuestra aprobación, por lo que debemos tratar de no perder la paciencia y ser firmes pero con dulzura. Y sobre todo recordar que aunque nunca es tarde, las normas impuestas desde los primeros años ayudan a que los chicos vivan una juventud mejor encauzada.
Lic. Raquel Oberlander