El fin de semana vivimos una experiencia totalmente nueva. Un enorme desafío que se nos planteaba por delante y que sabíamos que íbamos a superar, de una u otra forma.
Por Federico Petersen para BabyDove
El fin de semana vivimos una experiencia totalmente nueva. Un enorme desafío que se nos planteaba por delante y que sabíamos que íbamos a superar, de una u otra forma, pero significaba de cualquier forma una enorme incógnita: ¿cómo iba a ser la primera vez que Luisa se separaba de su madre?
El jueves a la mañana madre e hija se fueron a Colonia, a la casa de mi padre y su compañera. El objetivo de ese viaje iba encadenado con el objetivo de otro viaje: Luisa se quedaría allá, en lo de sus abuelos, de jueves a domingo ya que Nani se iba a Buenos Aires, de jueves a domingo, a hacer un curso.
Desde varios días previos esto era para nosotros una gran incógnita y llevó una gran preparación, por ejemplo que Nani se ordeñara extra varios días previos para poder congelar la cantidad de leche materna que Luisa sigue tomando diariamente, porque Nani sigue haciendo el esfuerzo de ordeñarse (gracias, otra vez, por eso).
Y así fue: Luisa quedo en Colonia con los “abas” (léase: abuelos) y con la conservadora con tres bolsitas de leche materna por día, y Nani arrancó para Buenos Aires el jueves a la noche.
La incógnita no eran tanto los momentos diurnos, que sabemos que Luisa siempre se divierte y pasa genial; sino más bien los momentos en que le vienen sueño y “mamitis”, y las noches, en las que se sigue despertando y reclamando mimos, contención y memas.
El jueves Luisa lo pasó de fiesta gracias a un combo de factores: la novedad de las actividades, la atención de los abuelos puesta 100% en ella y el hecho de que además Nani estaba, ya que se fue a la noche, el re encuentro con Tila (que estaba en lo de mi padre desde principios de setiembre porque allí la habíamos dejado mientras nosotros viajamos), etc.
Tan de fiesta pasó que hasta se durmió antes de que Nani se tuviera que ir. La noche transcurrió muy bien, se despertó una sola vez y el viernes amaneció encantada, lista para ir a jugar con los “abas”.
Todo esto lo cuento como me lo contaron, ya que yo quedé en Montevideo trabajando y el viernes, a la tardecita, me mandé raudo y veloz (pero cauteloso) para Colonia. Llegué, para mi desazón, cinco minutos después que Luisa se durmió; la extrañaba horrores y quería verla, pero no pudo ser. Así que esa noche cenamos entre adultos y nos fuimos a dormir. Luisa tuvo una gran noche, en la que se despertó una vez como a las 12:30 pero se durmió enseguida otra vez.
Pero mayor fue mi desazón casi a las ocho de la mañana cuando se despertó. Pensé, iluso, que me diría “¡papá!” y me daría un beso y un abrazo, manifestando que me había extrañado en los poco más de dos días que no nos habíamos visto. En cambio estiró su bracito señalando hacia la puerta, con la cara de dormida más comestible de la historia, y espetó, muy campante: “abas”.
Dije: “bueno, querés abas, vamos con los abas”; Luisa, y los Abas, encantados. En el momento que me disponía a volver a dormir, la escucho llorar insistentemente. Así que me acerqué y se le pasó. “Allá van mis horas de sueño extra”, pensé, aunque aliviado porque ese llanto quería decir que sí, que me había extrañado.
El sábado pasamos genial; hizo un día precioso y nos pasamos jugando afuera, con arena, en la hamaca, caminando por el terreno, mirando los árboles, la huerta, durmiendo siestas (ambos), comiendo, jugando, pintando y ainda mais. Llegadas las 19:30, aproximadamente, le entró el sueño y la mamitis, y se durmió. Costó, un poco, pero el cansancio la terminó batiendo y cayó. Esa noche no fue tan buena, se despertó bastante y tuve que acunarla y darle memas y dormir PEGADO (literalmente) a ella, toda la noche. De más está decir que descansé casi nada, por lo que me vino al pelo el paseo de domingo matutino que se fue a hacer con los “abas” a la feria y parques varios de Colonia del Sacramento.
Cuando quisimos acordar la vuelta de Nani era inminente; ella llegaba a las 19:15 del domingo y ya eran como las 18:30. Lo supimos porque Luisa se estaba empezando a rascar los ojitos, y le estaba viniendo sueño y mamitis de nuevo. Claro que, ya siendo el tercer día sin la madre, la mamitis era mayor. Y queríamos evitar, como fuera, que se fuera a dormir una cuarta vez sin verla.
Entonces salí hacia el puerto a intentar llevarla lo antes posible, y llegar a que se vieran. En un esfuerzo combinado con los “abas”, para distraerla con juegos, dibujitos y baños, llegamos a tiempo, a pesar de que el barco llegó unos 15 minutos más tarde.
El re encuentro fue conmovedor. Luisa había estado muy feliz y sonriente todo el tiempo, pero la sonrisa que puso en su cara cuando volvió a verla fue realmente épica. Bueno, la sonrisa en la cara de Nani también.
Obvio que no se durmió en seguida, ni ahí, los abrazos y besos y mimos y “mamá” no paraban. Finalmente cayó, casi a las 22:00 y al ratito caímos el resto. Estábamos otra vez los cuatro: la madre, la hija, el padre y la perra. Los mismos cuatro que esta mañana de lunes nos subimos al auto y nos volvimos a Montevideo, a volver a los trabajos y al jardín, y a los nuevos desafíos: la idea es que, de a poco, Luisa pase a dormir a su cuarto.